jueves, 31 de octubre de 2019

Día de muertos. ¿Tradición o pérdida de identidad?



Voy a ser el abogado del Diablo en esta ocasión, y es que, aunque me agrada mucho la tradición del día de muertos, con todo su sentido simbólico espiritual y su parafernalia, no puedo dejar pasar desapercibido cierto sentido progresista que nos obliga precisamente a cuestionarnos la validez de su sentido de identidad, ya que como dice el cómico y cineasta, Woody Allen: "La tradición es la ilusión de la permanencia".
Para empezar, entendamos primero que significa la palabra “Tradición”; del latín viene de Tradere, que significa ceder o entregar algo, así, la tradición hay que entenderla como algo que se entrega, se transmite (he ahí su pertinencia en tanto fenómeno comunicativo) en este caso de generación en generación a través de los siglos.

¿Cuál es la finalidad de las tradiciones entonces? ¿Por qué su permanencia? Antropológicamente se dice que la tradición tiene la función de asegurar la supervivencia de la especie, de la comunidad, de la familia y del individuo, en las tribus africanas y algunas del Amazonas, inclusive, el  enseñar a los niños a no comer ciertas plantas asegura la continuidad de la familia, el cuidarse de animales salvajes en la alborada de los tiempos o el permanecer juntos garantizaba así la permanencia.
Con el paso del tiempo, cuando el ser humano buscaba sentido al diario acontecer de los fenómenos naturales, tales como la caída del rayo, los temblores e incluso el enfrentarse a estas otras especies más fuertes y veloces que nosotros mismos, se establecieron ritos para confrontar estos fenómenos que nos resultaban incomprensibles. ¿Caía un rayo cerca de un árbol? Probablemente era porque Thor estaba enojado, ¿No llovía y mis sembradíos no crecían? Probablemente había hecho enojar a Tlaloc; ¿Tuve una familia prolija? Hera me había bendecido, ¿Me enamoré de mi vecina y no me pela? Nada más que vea a cupido me las va a pagar…

Así que había que tener contentos a los dioses, y la única manera en que nosotros, mortales podíamos hacerlo era realizando ritos; ritos que con el tiempo se convierten en hábitos, costumbres y consecuentemente, religiones y tradiciones.
Pero si hay un misterio de la naturaleza que aún nos parece insondable, es precisamente el de la muerte misma, ¿Qué pasa después de morir? ¿Qué ocurre con la energía que abandona nuestro cuerpo tras el estertor, nuestro último aliento? ¿Existe una trascendencia de nuestra conciencia? Es en verdad ésta la última gran pregunta que la humanidad aspira desentrañar, más que la del origen del universo mismo, inclusive.

La Muerte, la Parca, la Calaca, la Huesuda. Hades en Grecia, Hela, en la mitología nórdica, Didi, en los comics de Sandman de Neil Gaiman, Mictlantecuhtli, en la mitología Azteca; la Santa Muerte, en estos tiempos. Diosas y dioses que exigen tributo en mayor o menor grado, pero que al final, infligirán el mismo castigo… O recompensa.


Esta antropomorfización de la muerte resulta entonces en esa búsqueda de permanencia, porque la noción de permanencia es el asidero a esta vida que, sin sentido aparente nos hace entenderla de alguna manera, nos da la ilusión, la esperanza de continuidad, y eso es lo que nos hace perpetuar nuestros ritos y tradiciones, la esperanza de la continuidad de aquellos que hemos perdido, el mantenerlos vivos de alguna manera. Es por eso que cuando hablamos de la muerte, es imposible separarla de la vida... ¿Qué sería de la muerte, precisamente si no existiera la vida? Así, esta entidad dual (ya que la vida misma define así a la muerte) nos brinda también un sentido de identidad, existimos mientras comemos, mientras hablamos, mientras pensamos, mientras respiramos, mientras nos encaminamos a la muerte misma.
Así, hacemos a la muerte nuestra, le damos forma, color, le damos vida, la Catrina es tal vez ese símbolo nacional inherente en nuestra tradición del día de muertos, aquel en donde asumimos esta identidad que tanto queremos o pretendemos defender.

La ciencia, con su inefable utilitarismo y practicidad, aunque ha respondido a muchas de las incógnitas de la vida, y aunque ha tratado también de dar respuesta al gran misterio de la muerte, no ha sido un impedimento para que esta tradición siga más viva que nunca; pero es precisamente ese sentido utilitarista el que ha reducido al mundo de tamaño, y estos ritos y tradiciones de la muerte cambian inexorablemente, el radio, la televisión, el cine, internet, los medios de comunicación en síntesis, han generado un intercambio de diferentes concepciones de la muerte, imponiendo otras tradiciones pero también tomando elementos de la nuestra.
De esta forma, las representaciones culturales con respecto a la muerte también se convertirán en productos comerciales, productos culturales, aquellos que según Adorno y Horkheimer carecían de valor estético, ya que al ser reproducciones en masa perdían su esencia artística, sea lo que sea que ellos querían decir.
Pero… ¿Por qué la masificación de un producto artístico y cultural se depreciaría al estar al alcance de las masas? Parecería más bien que debería tratarse de lo opuesto, una obra puede pasar por el rasero de la aceptación popular, tal vez esto no nos diga mucho en cuanto a su calidad como obra artística, pero sí de su impacto social y por lo tanto identitario. ¿No acaso la película “Coco” de Pixar y Disney generó un impacto cultural en el pueblo estadounidense en cuanto a que empezaron a asumir elementos de nuestra celebración de Día de Muertos a su Halloween?
Es el mismo Walter Benjamin quien sentencia que “La autenticidad de una cosa es la quintaesencia de todo lo que en ella [es], a partir de su origen, puede ser transmitido como tradición, desde su permanencia material hasta su carácter de testimonio histórico.”

Así, podemos interpretar que en estos tiempos de globalización e intercambio y eclecticismo cultural, la identidad nacional es una que se encuentra en constante cambio y evolución, es la quintaescencia de la que nos habla Benjamin en estos tiempos tan marcados por la inmediatez y el desarrollo tecnológico. Tal vez peco de optimista, pero no veo cercano el fin de la tradición del Día de muertos, mas sí una evolución y un cambio en el mismo, que mezcla precisamente toda esta concepción de tradición con la modernidad, ya que, como diría Winston Churchill: "Sin tradición, el arte es un rebaño de ovejas sin pastor. Sin innovación, es un cadáver".
Es por esto que seguiremos rendiremos culto a la muerte a través de nuestras tradiciones, es imposible dejar de lado o borrar de la memoria a aquellos que nos precedieron y que nos legaron precisamente esta tradición, que como ya señalé, nos define como seres vivos. Porque tal vez sí haya algo peor que la muerte misma, y eso es, el olvido. Que viva la muerte, que siempre estará viva.