miércoles, 19 de enero de 2011

Born to be Freak (1a. Parte, los años 70's)

Nota: Este artículo se publicó originalmente en la revista “Fantasci N.11 y es la primera de varias partes, sólo se publicaron las dos primeras partes debido a que la publicación llegó a su fin, así que continuaré con esta serie hasta terminarla. Esta es una versión revisada, corregida y aumentada, espero les guste.

Desde que recuerdo, siempre he sido un freak… Bueno, mis primeras memorias Frikosas vienen desde los años setenta, que es cuando viví mi primera infancia (de hecho, en la vida dé cada uno hay varias infancias más, ¿cuántas? No lo sé, pero ahorita voy como en la cuarta o quinta).

Eran buenos tiempos aquellos, mi capacidad de asombro estaba en su máximo esplendor y todo era nuevo y maravilloso, les hablo de mediados de la década, una época que a muchos de mis lectores les parecerá ya una película de época: no había i-pods, teléfonos celulares o internet (vamos, ni siquiera había computadoras personales); tampoco había DVD’s ni Blu-Rays, es más, ni siquiera había videocaseteras, así que si querías ver una película tenías que ir al cine o verla en televisión, cuando alguna cadena se dignara a programarla (en donde dice cadena lean: “Televisa”, ya que era la única televisora que existía, aunque ya había canal 13 que era aburridísima al ser la televisión del gobierno).

Uno de los máximos entretenimientos que podía tener un niño, aparte de solo un par de horas de dibujos animados en la televisión (de veras, había muy pocas caricaturas en ese entonces, recuerdo “caricaturas” como King-Kong, Meteoro, La Princesa Caballero y obviamente todas las animaciones de Hanna-Barbera y la Warner Brothers), eran los comics, claro que nosotros les llamábamos “cuentos” en ese entonces; recuerdo que una vez por semana mi papá nos traía una pequeña dotación de historietas a mis dos hermanos y a mí, casi siempre eran de editorial Novaro en un formato a media carta que le llamaban Tamaño águila”, que fue muy popular en México inclusive hasta principios de los años noventa, y papá nos traía títu­los como: El Conejo de la suerte (Que era como se le conocía Bugs Bunny en aquellos entonces), Porky, La Zorra y el Cuervo, varios títulos de Walt Disney, El Llanero Solitario, Fix y Foxy, La Pequeña Lulú, Súper-Ratón, Periquita, Lorenzo y Pepita y un largo etcétera; ocasionalmente nos llevaba al centro de la ciudad (León Guanajuato, que era donde vivimos hasta el 77) y podíamos escoger el cuento que quisoéramos, en una de esas me tropecé con uno de Riqui Ricón que elegí a instancias de mi mamá, mi hermano mayor compró un Supermán, ¡Ha, los súper-héroes fueron un gran descubrimiento!

En aquellos entonces transmitían una de las primeras versiones de “Los Súper Amigos” por televisión (ya empezábamos a dejar Plaza Sésamo en paz, aunque marcaría indeleblemente nuestra existencia… ¡Maña, maña!) y así conocería uno de los géneros que más me apasionarían (junto a los cuentos de Batman y Superman, desde luego): Los Súper héroes. Batman, Superman, La Mujer Maravilla, Aquaman, Linterna Verde y Flecha Verde se convertirían en figuras paradigmáticas.

Sin embargo, fue una “nueva” caricatura la que me enloquecería: “El Sorprendente Hombre Araña”, recuerdo muy bien el episodio de su origen y de lo dramático que era ver a Peter Parker llorar ante la muerte de su tío Ben (a pesar de que traía la máscara puesta); la siguiente vez que mi papá fue a trabajar le pedí que me trajera un cuento del Hombre Araña (no sabía en aquellos entonces que había comics de Spidey, pero como yo lo veía por televisión al igual que Supermán, Batman, Et. Al., supuse que debería haber). Bueno, pues mi santo padre cumplió y me trajo un “cuento” de “El Sorprendente Hombre Araña” de una editorial diferente a Novaro (la famosísima Macc División Historietas, fue el número 105, por cierto) No recuerdo si ya sabía yo leer (lo dudo), pero la secuencia de los dibujos era bastante dramática e impresionante; desde entonces el Señor Parker y yo hemos sido muy buenos amigos.

También en esa época de mediados de los setenta descubriría la Cien­cia Ficción gracias a la serie de Viaje a las Estrellas, el Señor Spock se convirtió en todo un ícono, al igual que la nave Enterprise, nos gustaba mucho a mi hermano mayor, Jorge; él me avisaba y siempre veíamos las aventuras de nuestros viajeros en el espacio, ya fuera la versión en acción real o la animada; sin embargo, en esa época, lo que me enloqueció ha­cia la Sci-Fi fueron las dos series de Televisión (la animada y la de acción real) y las películas de “El Planeta de los simios”, yo no sabía en ese en­tonces que era siquiera la Ciencia Ficción, pero las aventuras de Virdon, Burke y el “amigo Galen” (así le decíamos mis amiguitos y yo al simio que ayudaba a nuestros héroes) eran lo máximo, siempre quería jugar con mis amigos al Planeta de los simios y ellos también (aunque recuerdo que ellos empezaron a hartarse antes que yo…) También fue por esa época que entre muchas películas de Walt Disney (La Noche de las Narices Frías, La Dama y el Vagabundo, El libro de la Selva, La Espada en la Piedra, Mary Poppins, las de El Cupido Motori­zado, etc.) mi papá nos llevó al cine a ver películas como Tiburón, King Kong (la versión de esa década con Jessica Lange) y funciones dobles con episodios de Superman en glorioso blanco y negro con George Reeves, recuerdo en particular “Superman contra los hombres Topo”, una de las favoritas de mi padre; también algunas de Hércules con Steve Reeves y Melody (Bueno, esa película no es Freak, pero sirve para ambientar la década); mención aparte tienen: “Santo contra las Lobas”, “Santo y Blue Demon contra los Monstruos” y “Kalimán en el Siniestro Mundo de Hu­manón”, películas de manufactura mexicana de ínfima calidad, pero que ante mis pueriles ojos eran fascinantes, ¿y por qué negarlo?, eran bastante divertidas.

Pero hay tres películas que recuerdo con especial afecto: Primero está “La Guerra de los Mundos” de George Pal, la escena final en que la nave extraterrestre se estrellaba y la mano del marciano muerto asomaba nunca podré olvidarla.

La segunda de estas películas inolvidables sería “2001:Odisea del Espacio”, película incomprensible pero fascinante (calculo que tendría entre cinco o seis años cuando el bárbaro de mi padre nos llevó a verla), las imágenes de los simios ante la “tabla” que los dotaba de inteligencia, así como las escenas de los vuelos espaciales, la batalla de Bowman contra Hal y la evolución y viaje trascendental de Bowman (claro que en ese entonces no lo entendía, me refiero a las escenas) resulta­ron ser, literalmente, todo un viaje.

Pero mi favorita (y actualmente sigue siendo mi película favorita de todos los tiempos) fue sin duda “El Ladrón de Bag­dad” de Berger y Powell, las aventuras de Sabú y el príncipe Ahmed siguen siendo maravillosas, el viaje en la alfombra voladora, el robo del pan árabe endulzado con miel, el caba­llito volador o la muñeca asesina son imágenes que siempre recordaré, curiosamente, la escena que nunca olvidé fue cuando el joven Sabú canta “I Want to be a Sailor” para darse valor ante un inminente peligro ha sido la escena que recuerdo con más cariño, esta película le tengo también un especial cariño por que fue la primer película subtitula­da que comprendí sin que papá o mamá me la leyeran (tradición que se ha perdido actualmente al darnos todo doblado… suspiro…). Como ve­rán, la mayoría de estas películas eran reestrenos que uno podía ver en cine, por que como mencioné líneas arriba, solo así podía verlas uno.

De esa década recuerdo también haber descubierto el espionaje (an­tes que la labor detectivesca, que aunque parecidas, son muy diferentes), no sé de donde tuve conocimiento de James Bond y recuerdo que un día le dije a mi mamá que quería ver algo de James Bond, entonces ella me llevó ante el televisor y descubrí algo fascinante: ¡El Súper Agente 86! Desde entonces no he dejado de agradecérselo (y ella no ha dejado de lamentárselo, ¡Maxwell Smart le cae gordísimo!).

En esa época veíamos también programas como “Mis­ter Ed: El caballo que habla”, la familia Munster, Mi Bella Genio, Hechizada y los fantásticos “Los locos Addams”, también veíamos “de vaqueros”: “El Llanero Solitario”, “Bonanza”, “Espías con Espuelas” y recuerdo que no me dejaban ver “El Gran Chaparral” porque era muy violenta (apenas la he visto ahora, ¡y es buenísima!); en la pro­ducción local veíamos El Chavo del Ocho y el Chapulín Colorado, sabíamos de la existencia de “En Familia con Chabelo”, pero nunca nos llamó la atención.

¡Cielos, quería hacer una entrega por cada década, pero apenas voy a mitad de los años setenta, así que continuaré hablando de esta década prodigiosa en la siguiente edición, en donde los seres procedentes de una galaxia muy, muy lejana confirmarían mi vida Freak

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