Voy
a ser el abogado del Diablo en esta ocasión, y es que, aunque me agrada mucho
la tradición del día de muertos, con todo su sentido simbólico espiritual y su
parafernalia, no puedo dejar pasar desapercibido cierto sentido progresista que
nos obliga precisamente a cuestionarnos la validez de su sentido de identidad,
ya que como dice el cómico y cineasta, Woody Allen: "La
tradición es la ilusión de la
permanencia".
Para empezar, entendamos primero que significa la palabra
“Tradición”; del latín viene de Tradere,
que significa ceder o entregar algo, así, la tradición hay que entenderla como
algo que se entrega, se transmite (he ahí su pertinencia en tanto fenómeno
comunicativo) en este caso de generación en generación a través de los siglos.
¿Cuál es la finalidad de las tradiciones entonces? ¿Por qué su
permanencia? Antropológicamente se dice que la tradición tiene la función de
asegurar la supervivencia de la especie, de la comunidad, de la familia y del
individuo, en las tribus africanas y algunas del Amazonas, inclusive, el enseñar a los niños a no comer ciertas
plantas asegura la continuidad de la familia, el cuidarse de animales salvajes
en la alborada de los tiempos o el permanecer juntos garantizaba así la
permanencia.
Con el paso del tiempo, cuando el ser humano buscaba sentido al
diario acontecer de los fenómenos naturales, tales como la caída del rayo, los
temblores e incluso el enfrentarse a estas otras especies más fuertes y veloces
que nosotros mismos, se establecieron ritos para confrontar estos fenómenos que
nos resultaban incomprensibles. ¿Caía un rayo cerca de un árbol? Probablemente
era porque Thor estaba enojado, ¿No llovía y mis sembradíos no crecían?
Probablemente había hecho enojar a Tlaloc; ¿Tuve una familia prolija? Hera me
había bendecido, ¿Me enamoré de mi vecina y no me pela? Nada más que vea a
cupido me las va a pagar…
Así que había que tener contentos a los dioses, y la única
manera en que nosotros, mortales podíamos hacerlo era realizando ritos; ritos
que con el tiempo se convierten en hábitos, costumbres y consecuentemente,
religiones y tradiciones.
Pero
si hay un misterio de la naturaleza que aún nos parece insondable, es
precisamente el de la muerte misma, ¿Qué pasa después de morir? ¿Qué ocurre con
la energía que abandona nuestro cuerpo tras el estertor, nuestro último
aliento? ¿Existe una trascendencia de nuestra conciencia? Es en verdad ésta la
última gran pregunta que la humanidad aspira desentrañar, más que la del origen
del universo mismo, inclusive.
La Muerte, la Parca, la Calaca, la Huesuda. Hades en Grecia, Hela, en la mitología nórdica, Didi, en los comics de Sandman de Neil Gaiman, Mictlantecuhtli, en la mitología Azteca; la Santa Muerte, en estos tiempos. Diosas y dioses que exigen tributo en mayor o menor grado, pero que al final, infligirán el mismo castigo… O recompensa.
Esta
antropomorfización de la muerte resulta entonces en esa búsqueda de permanencia,
porque la noción de permanencia es el asidero a esta vida que, sin sentido
aparente nos hace entenderla de alguna manera, nos da la ilusión, la esperanza
de continuidad, y eso es lo que nos hace perpetuar nuestros ritos y
tradiciones, la esperanza de la continuidad de aquellos que hemos perdido, el
mantenerlos vivos de alguna manera. Es por eso que cuando hablamos de la
muerte, es imposible separarla de la vida... ¿Qué sería de la muerte,
precisamente si no existiera la vida? Así, esta entidad dual (ya que la vida
misma define así a la muerte) nos brinda también un sentido de identidad,
existimos mientras comemos, mientras hablamos, mientras pensamos, mientras
respiramos, mientras nos encaminamos a la muerte misma.
Así,
hacemos a la muerte nuestra, le damos forma, color, le damos vida, la Catrina
es tal vez ese símbolo nacional inherente en nuestra tradición del día de
muertos, aquel en donde asumimos esta identidad que tanto queremos o
pretendemos defender.
La
ciencia, con su inefable utilitarismo y practicidad, aunque ha respondido a
muchas de las incógnitas de la vida, y aunque ha tratado también de dar
respuesta al gran misterio de la muerte, no ha sido un impedimento para que
esta tradición siga más viva que nunca; pero es precisamente ese sentido
utilitarista el que ha reducido al mundo de tamaño, y estos ritos y tradiciones
de la muerte cambian inexorablemente, el radio, la televisión, el cine,
internet, los medios de comunicación en síntesis, han generado un intercambio
de diferentes concepciones de la muerte, imponiendo otras tradiciones pero
también tomando elementos de la nuestra.
De
esta forma, las representaciones culturales con respecto a la muerte también se
convertirán en productos comerciales, productos culturales, aquellos que según
Adorno y Horkheimer carecían de valor estético, ya que al ser reproducciones en
masa perdían su esencia artística, sea lo que sea que ellos querían decir.
Pero…
¿Por qué la masificación de un producto artístico y cultural se depreciaría al
estar al alcance de las masas? Parecería más bien que debería tratarse de lo
opuesto, una obra puede pasar por el rasero de la aceptación popular, tal vez
esto no nos diga mucho en cuanto a su calidad como obra artística, pero sí de
su impacto social y por lo tanto identitario. ¿No acaso la película “Coco” de
Pixar y Disney generó un impacto cultural en el pueblo estadounidense en cuanto
a que empezaron a asumir elementos de nuestra celebración de Día de Muertos a
su Halloween?
Es
el mismo Walter Benjamin quien sentencia que “La autenticidad de una cosa es la
quintaesencia de todo lo que en ella [es], a partir de su origen, puede ser
transmitido como tradición, desde su permanencia material hasta su carácter de
testimonio histórico.”
Así,
podemos interpretar que en estos tiempos de globalización e intercambio y
eclecticismo cultural, la identidad nacional es una que se encuentra en
constante cambio y evolución, es la quintaescencia de la que nos habla Benjamin
en estos tiempos tan marcados por la inmediatez y el desarrollo tecnológico.
Tal vez peco de optimista, pero no veo cercano el fin de la tradición del Día
de muertos, mas sí una evolución y un cambio en el mismo, que mezcla
precisamente toda esta concepción de tradición con la modernidad, ya que, como
diría Winston Churchill: "Sin tradición, el arte es un rebaño de ovejas sin pastor. Sin
innovación, es un cadáver".
Es por esto que seguiremos rendiremos culto a la muerte a través
de nuestras tradiciones, es imposible dejar de lado o borrar de la memoria a
aquellos que nos precedieron y que nos legaron precisamente esta tradición, que
como ya señalé, nos define como seres vivos. Porque tal vez sí haya algo peor
que la muerte misma, y eso es, el olvido. Que viva la muerte, que siempre
estará viva.